Las sombras juegan sobre su cuerpo desnudo, recorriendo sus curvas con la complicidad de la luz tenue. Se siente observada, admirada. Cada clic de la cámara es un testigo de su rendición voluntaria, de la belleza contenida en la tensión de los lazos y en la entrega absoluta al momento.
Su respiración se entrecorta cuando él ajusta una de las ataduras, con dedos que conocen cada rincón de su piel. No hay brusquedad, solo intención. En cada imagen, se ve a sí misma floreciendo, atrapada y libre al mismo tiempo.